Vergüenza tecnológica: el reto de la Generación Z
¿Quién iba a pensar que una generación nacida en la era digital se sentiría insegura frente a una impresora o un escáner? Aunque crecieron rodeados de smartphones, redes sociales y videojuegos, muchos jóvenes de la Generación Z están enfrentando una realidad que no esperaban: no dominan la tecnología de oficina… y eso les causa vergüenza.
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Este fenómeno tiene nombre y apellido: Tech Shame o vergüenza tecnológica. Se trata de la incomodidad que sienten los empleados, especialmente los más jóvenes, cuando no saben usar equipos que otros dan por hecho.
Desde impresoras hasta escáneres o software de uso laboral, estos dispositivos suelen parecerles obsoletos o simplemente ajenos ya que no son de su época.

Jóvenes enfrentan presión por dominar tecnología
De acuerdo con el informe Hybrid Work: Are We There Yet? de HP, (HP Inc. es una empresa multinacional estadounidense de tecnologías de la información), uno de cada cinco jóvenes empleados se ha sentido juzgado por no saber utilizar tecnología de oficina.
En contraste, solo el 4% de empleados mayores expresó haber tenido la misma experiencia. Esto desmitifica la idea de que los “nativos digitales” están listos para todo lo que implique un cable, un botón o una pantalla.

Debbie Irish, jefa de recursos humanos de HP en Reino Unido e Irlanda, señaló que les sorprendió encontrar que los trabajadores jóvenes experimentan más vergüenza tecnológica que los mayores.
La explicación podría estar en que, aunque dominan lo digital, eso no significa que tengan experiencia con la tecnología tradicional de las oficinas.
El término Tech Shame fue acuñado por HP en noviembre de 2022 para describir esta situación. Aunque pueda sonar trivial, revela una brecha importante entre las habilidades esperadas y las reales, así como un problema de integración en entornos laborales que aún dependen de equipos poco intuitivos para las nuevas generaciones.
Comprar en una carnicería: nueva pesadilla
Pero el reto para la Gen Z va más allá del entorno laboral. Incluso tareas cotidianas, como comprar en una tienda física, se han convertido en experiencias incómodas.

Una joven española de 24 años compartió en TikTok su temor al tener que comprar en una carnicería. El video rápidamente se volvió viral y fue recibido con cientos de comentarios de otros jóvenes que también confesaron sentirse fuera de lugar al interactuar en mercados tradicionales.
Entre las anécdotas más compartidas está la de una joven que pidió un salmón pensando que le darían una porción. En lugar de eso, se llevó a casa un salmón entero con valor de 64 euros, porque le dio vergüenza decir que no lo quería.
Otro caso reveló cómo alguien, al no saber cuánto pedir, simplemente copió a una abuela que pidió “un cuarto de chorizo”… y desde entonces siempre pide un cuarto de todo.
De manera similar, una joven compartió su experiencia en una carnicería especializada, donde, al pedir 50 gramos de queso, recibió únicamente una rebanada: “Me fui con mi queso callado de vergüenza”, confesó.
Hablan mejor con un chat que con un vendedor
El problema de fondo parece estar en la comunicación interpersonal. Acostumbrados a interactuar a través de mensajes de texto, emojis y videollamadas, muchos jóvenes enfrentan ansiedad al tener que hablar cara a cara, hacer preguntas simples o simplemente pedir ayuda.
En México, este fenómeno también se hace evidente. Un estudio del Tecnológico de Monterrey reveló que el 51% de los jóvenes de la Gen Z compra alimentos en línea y gasta alrededor de 3,000 pesos mensuales en ello. Además, cerca del 43% prefiere comprar directamente a marcas en línea por razones de seguridad y confianza.
Esto contrasta con generaciones anteriores, que destinan menos del 10% de su gasto a compras en línea.
Los jóvenes, por el contrario, evitan tiendas físicas no por falta de dinero, sino por incomodidad social.

¿Obsoletos o simplemente diferentes?
La experiencia tecnológica no es homogénea. Así como a los millennials les costó entender el fax o el teléfono de disco, a la Generación Z le cuesta adaptarse a equipos o rutinas que no forman parte de su cotidianidad. No es que no sepan, simplemente no han tenido que usarlos.
La realidad es que el mundo laboral y de consumo está cambiando. Mientras los dispositivos antiguos pierden vigencia, las habilidades sociales también se transforman.
¿Es un problema de incompetencia o una señal de que el mundo necesita adaptarse a nuevas formas de interactuar?
En cualquier caso, lo que queda claro es que ni los más jóvenes están libres de inseguridades. En un mundo que presume estar hiperconectado, hablar cara a cara, imprimir un documento o pedir medio kilo de carne puede ser tan retador como programar un algoritmo.