Monterrey, Nuevo León, (apro).- En la picardía mexicana, el número 41 remite a la homosexualidad.
La combinación enigmática de guarismos hace referencia, de acuerdo con la leyenda, a un incidente que ocurrió en la Ciudad de México en tiempos del presidente Porfirio Díaz, cuando la alta sociedad encubría sus intimidades y también las desviaciones de algunos de sus integrantes.
‘El Baile de los 41’ (El Baile de los 41, 2020) es una atrevida producción mexicana que hace su propia versión de los hechos ocurridos al inicio del Siglo XX, en los que una cofradía de hombres encumbrados se reunía en un enclave secreto para travestirse, fornicar entre ellos y vivir libremente una faceta de su personalidad que no se les permitía mostrar en público.
El director David Pablos interpreta sin humor, más bien con tono sombrío, el entorno en el que vivían los caballeros de aquella época, quienes necesitaban un espacio reservado para poder respirar a su gusto y expresar sus verdaderos sentimientos. En ese enorme salón de encuentros se escenificaban juegos, comilonas y orgías, como se ve en una escena que parece una imagen plasmada por El Bosco.
Como se muestra, en aquel tiempo la sociedad conservadora satanizaba cualquier expresión diferente a la del género dado por naturaleza. Era impensable que un varón pudiera mostrar públicamente alguna inclinación homoerótica.
Al ser sorprendidos todos por la policía, el escándalo reseñado por la prensa de la época se incrementó exponencialmente porque entre los integrantes en esa masonería gay estaba Ignacio de la Torre y Mier (Alfonso Herrera), un político y hacendado que se casó con Amada (Mabeul Cadena), la hija mayor del mismísimo Don Porfirio.
Monika Revilla escribe una historia muy bien documentada sobre usos y costumbres de la época, con un lenguaje muy preciso y una jerga al uso de la nobleza mexicana. Llama la atención que su trabajo se enfoca totalmente en el drama de un hombre atrapado en pasiones que no puede controlar. Ignacio es un político adinerado que se emparenta con el dictador, con el evidente propósito de escalar en su carrera.
Vencido por la libido ingobernable, establece un amorío con un apuesto burócrata (Emiliano Zurita), sin importar que el escándalo trascienda no solo en las oficinas de gobierno sino al interior de su alcoba.
La película tiene grandes méritos, el principal de ellos atreverse a tocar un tema que, si bien ha trascendido como una anécdota, no había sido relatado con precisión, aunque sea sólo una versión de tantas que hay sobre estos hechos. En una industria dominada por las comedietas románticas, merece una ovación esta audacia para dar un repaso de la historia impronunciable del México prerrevolucionario.
Sorprenden gratamente el compromiso histriónico que demuestran Herrera Zurita y Cadena, al presentarse en un triángulo amoroso incómodo y crispante, como personas que someten sus impulsos naturales para guardar las apariencias. Sus escenas de intimidad están muy bien cuidadas y se apartan del mal gusto.
En un gran papel Herrera se muestra contenido y preciso como Nachito. Lejos de ser una loca, su doble vida se asoma mayormente con modales refinados y miradas sugestivas, encendidas, anhelantes y llenas de significados.
Destaca la recreación de la época, con una escenografía impresionante. La iluminación, a su vez, se pasa de débil. En un intento por recrear las atmósferas encerradas, carentes de bombillas eléctricas, las velas no proporcionan suficiente claridad en alguna toma, en las que se pierden muchos detalles.
‘El Baile de los 41’ es una película muy bien actuada, que aborda con seriedad un tema que ha sido motivo de burlas a lo largo de más de un siglo.