Ciudad del Vaticano.- En una solemne Misa de Pentecostés celebrada hoy en la Plaza de San Pedro, el Papa León XIV destacó la fundamental presencia y acción del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y de cada creyente. La jornada conmemoró la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles y la Virgen María, evento que consuma la Pascua de Cristo y da inicio a la Iglesia en el mundo.
Ante una miles de feligreses que incluía a los movimientos eclesiales que participan del Jubileo de la Esperanza, el Santo Padre enfatizó que el Espíritu Santo es el “protagonista silencioso” de la misión de Jesús y que su venida continua introduce al mundo en “los últimos tiempos, el tiempo de la Iglesia”.

En su homilía, el Pontífice resaltó cómo el Espíritu Santo transforma y libera:
Vence el miedo y rompe cadenas interiores: Los apóstoles, que antes estaban encerrados por el miedo y la tristeza, recibieron una “mirada nueva” y “inteligencia del corazón” que les permitió interpretar los eventos y tener una íntima experiencia con el Resucitado. El Espíritu “vence su miedo, rompe las cadenas interiores, alivia las heridas, los unge con fortaleza y les da el valor de salir al encuentro de todos para anunciar las obras de Dios”.
Abre las fronteras en nuestro interior: El Espíritu disuelve “nuestras durezas, nuestras razones, los egoísmos, los miedos que nos paralizan, los narcisismos que nos hacen girar solo en torno a nosotros mismos”. Permite un nuevo modo de ver y vivir la vida, descubriéndonos “más allá de las máscaras” y conduciéndonos al encuentro con el Señor y su alegría.
Transforma las relaciones interpersonales: Al ser el amor entre el Padre y Jesús que habita en nosotros, el Espíritu nos capacita para “abrirnos a los hermanos, de vencer nuestras rigideces, de superar el miedo hacia el que es distinto, de educar las pasiones”.
También sana “los peligros más ocultos que contaminan nuestras relaciones, como los malentendidos, los prejuicios, las instrumentalizaciones”, haciendo madurar “frutos de amor, alegría y paz, magnanimidad, afabilidad, bondad y confianza”.
Abre las fronteras entre los pueblos: El Espíritu Santo supera la confusión de Babel, uniendo las diferencias y convirtiéndolas en un “patrimonio común”. “Rompe las fronteras y abate los muros de la indiferencia y del odio”, enseñando el mandamiento del amor, donde “no hay espacio para los prejuicios, para las distancias de seguridad que nos alejan del prójimo, para la lógica de la exclusión”.
La liturgia de la misa estuvo marcada por continuas invocaciones al Espíritu, pidiendo que sus dones se “difundan hasta los confines de la tierra” y renueven “los prodigios que en tu bondad has obrado al comienzo de la predicación del evangelio”. Se pidió que el Espíritu de santidad custodie a la Iglesia en la unidad y la haga atenta a los más pobres.

Al concluir la celebración, el Papa León XIV hizo un llamado ferviente a la paz, pidiendo al Espíritu Santo el “don de la paz, ante todo la paz en los corazones”.
Expresó su deseo de que la paz se difunda en la familia, la sociedad y las relaciones internacionales, e imploró que el Espíritu “ilumine a los gobernantes y les dé el valor de realizar gestos de distensión y diálogo” donde haya guerra. La Iglesia, un “pueblo en camino”, es llamada a “abrir las fronteras entre los pueblos y derribar las barreras entre las clases y las razas”, para que en ella “no puedan haber ni olvidados ni despreciados”, solo hermanos y hermanas en Cristo.
El Pontífice invitó a los fieles a partir “renovados de este jubileo” con la fuerza del Espíritu Santo, llevando la esperanza del Señor Jesús a todos.
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